29.12.18

De la justicia como concepto a la actual justicia mediática o mediatizada.


De la justicia como concepto a la actual justicia mediática o mediatizada.
"¿Cuántos inocentes no hemos descubierto que fueron castigados hasta sin culpa de los jueces y cuántos más que no descubrimos? …Es fuerza ejecutar males particulares a quien quiere obrar bien en conjunto; e injusticias en las cosas pequeñas a quien pretende hacer justicia en las grandes; que la justicia humana se formó o modeló con la medicina, según la cual todo cuanto es útil, es al par justo y honrado: y me recuerda también lo que dicen los estoicos, o sea que la naturaleza misma procede contra la justicia en la mayor parte de sus obras; y lo que sientan los cirenaicos: que nada hay justo por sí mismo, y que las costumbres y las leyes son la que forman la justicia; y lo que afirman los teodorianos, quiénes para el filósofo encuentran justo el latrocinio, el sacrilegio y toda suerte de lujuria, siempre y cuando que le sean provechosos. La cosa es irremediable: yo me planto en el dicho de Alcibíades, y jamás me presentaré, en cuanto de mi dependa, ante ningún hombre que decida de mi cabeza, donde mi honor y mi vida penden del cuidado e industria de mi procurador, más que de mi inocencia" (Montaigne, M, “Los Ensayos”. Editorial El acantilado. Pág. 498. ).

Buscamos, más allá de toda cuestión teleológica o ulterior, cierta redención, cierta exculpación, expiación, desentendimiento o irresponsabilidad. Antes que nada —o por sobre todo—, lo que buscamos es desentendernos de la vida, de la existencia; y cuando no podemos hacerlo del todo, lo hacemos parcialmente, cada tanto, y nos recuerda, entonces, ese condicionamiento de origen. Somos, pero nunca quisimos ser.
Cuando arrecian las dudas o lo no deseado, sobreviene esa noción, casi natural, de que nosotros no tenemos nada que ver con nada. En verdad, no queremos saber, mucho menos sentir nuestro sufrimiento. Mediante la fe, la existencia de dioses corona lo que no podemos explicar racionalmente; nos cegamos, no queremos explicaciones, porque así el sentido de lo incierto, del cruel vacío al que estamos expuestos, no nos duele. El problema que llegamos a tener con nuestra realidad o con nuestra conciencia, lo resolvemos al irnos por la zanja del dogma. Esta es la explicación del porqué las religiones poseen muchos más adeptos que la filosofía (aunque, académicamente, se podría alegar que no son excluyentes; en la vida fuera del púlpito, sí).
Encontramos que la justicia —que es, ni más ni menos, el remedio ante la enfermedad de un conflicto, de una aporía, de una pregunta que puede aceptar más de una respuesta válida— nos otorga una inocencia que hemos transformado en el principio jurídico que reina en la mayoría de las sociedades, en donde se presume, ante cualquier acusación, que somos inocentes. Esta es la prueba cabal de que, en verdad, es una consecución de lo que creemos ontológicamente. Esta cuestión, que la forjamos en el ámbito de la metafísica, la trasladamos a la filosofía jurídica. De la teoría a la normativa. De la idea, de la conciencia, de la relación con lo ajeno, a la interdependencia, al trato con el otro mediante nuestra inocencia sagrada, que fue forjada desde lo simbólico con matanzas de infantes que fueron sacrificados por una de las primeras persecuciones políticas (que luego se transformaría en una cuestión religiosa, tal como ocurrió con la condena a muerte de Sócrates, que luego se convirtió en una cuestión de ética). La inocencia nos sirve, nos exime de nuestra responsabilidad de ser nosotros mismos, y nos permite seguir viviendo en un mundo plagado, hipertrofiado, atestado de inequidades. Pero aunque no lo queramos, debemos buscar un sentido real. Ser inocentes —como definición ontológica, como resguardo moral, como garantía religiosa ante lo temporal y como sujeto de derecho en lo social— nos blinda ante el mundo ajeno, extraño; ante ese mundo que, bajo estadísticas, nos indica que son cada vez más los que no tienen nada. A partir de esto mismo, las explicaciones para argumentar nuestra inocencia son las que nos hace seres integrados al sistema; sistema al que después le diremos, hipócritamente, que no estamos de acuerdo con él.  Es más fácil ser parte de este mundo a partir de la inocencia; de lo contrario, tendríamos que actuar para compensar las inequidades o para ir en busca de justicia y equilibrar la balanza. Es preferible ser inocentes antes que justicieros. La inocencia es el velo de protección que nos brinda la sensación hipostasiada de creer que es posible lo imposible de la libertad, de la igualdad, del gobierno de las mayorías mediante la representatividad legitima y de las razones económicas que harán a un sistema de bienestar universal en donde nunca la mentira pase a ser la verdad. La inocencia es el valor que conseguimos blandir para descartar una argumentación que nos llega sin que la pidamos; es invertir la carga de la prueba; ese irreverente que, proponiéndonos lo contrario, nos quiere sacar del espacio de confort que justificamos mediante el habla y la oxidación de las validaciones de instituciones educativas, que autorizan a que algunos vestidos de toga nos digan quiénes serán los culpables. Erradicamos esto aduciendo nuestra a inocencia; borramos lo que nos ha llegado y nos dice que somos encantadoramente inocentes, solo para no vivir con semejante culpabilidad por la falta de arrojo y de valentía como para ir por justicia. Nos quedamos en el páramo de la inocencia al borrar un correo electrónico o al no publicar en nombre de excusas pueriles, vergonzosas, que nos reafirman en nuestra hipócrita y falaz inocencia, cómplice de tanta muerte y escarnio.
Culpables hasta que se demuestre lo contrario.
Tanto la Declaración de los Derechos Humanos como la Convención Americana son claras y explícitas en cuanto a sostener el principio de presunción de inocencia. Acendrado en máximas del derecho como “in dubio pro reo” y “onus probandi” la consagración de esta formulación metodológica (dado que no deja de ser tan solo esto mismo) del derecho a la defensa, surge como reacción a un estadio anterior en el campo del derecho penal, en lo que se dio en llamar el proceso inquisitivo. Transcurridos siglos de aquel entonces, y tras los desequilibrios que producía el uso y abuso del mecanismo modificado, de un tiempo a esta parte (luego de las aberraciones que Occidente perpetró sobre sí mismo en la segunda guerra mundial) consideramos, en el campo del funcionariado político (exclusiva y excluyentemente al que accede haciendo uso de la soberanía delegada o del sistema representativo, mediante lo electoral) que se reinstaure lo que se dio en llamar “juicios de residencia” que consistía en precisamente lo contrario de lo que se sostiene en cuanto a la presunción de inocencia. Partimos de la base, de que lo normal, es decir sobre lo que actúa el derecho, se modificó ostensiblemente, en cuanto al gobierno, la comandancia de la cosa pública. El sujeto pasible de esta modificación sustancial del principio de inocencia que se plantea, es única y excluyentemente el político que habiendo accedido a su condición de tal, por voto popular, meses antes de terminar su faena, será considerado culpable de la figura legal de “democraticidio” en tanto y en cuanto, ante el proceso de su defensa, que tendrá las garantías de siempre y por ende inmodificables, demuestre lo contrario.
A lo largo y a lo ancho de Occidente, desde que el principio de inocencia, se sostiene, casi caprichosa y capciosamente, para el funcionariado político que accede a tal condición por lo electoral, nos despertamos con las noticias acerca de denuncias, de idas y marchas, judiciales sobre tal o cual presidente, legislador, gobernador, intendente, concejal o cualquier tipo de figura política, que asumiendo un rol en el manejo de la cosa pública, se aprovechó, abusando y vejando, la legitimidad de la representación, que siempre y por definición es crítica, para lograr una ventaja personal, que casi siempre se corresponde con una acumulación de bienes materiales o el provecho puntual y específico para obtener un goce que puede ser espiritual pero obtenido mediante la vulneración a la confianza pública que se le ha depositado, para que sea fiel a finalidades colectivas y no facciosas o personales.
Arrecian tanto en las redacciones de medios de comunicación, tradicionales como en redes sociales, los datos, más o menos cercanos con una verdad, siempre a probar, y que nunca alcanzará en tiempo y forma a dictaminar justicia, tanto sobre el acusado, como para el colectivo afectado; sus representantes. En el mejor de los casos, las fuerzas políticas, que se turnan por cabalgar o comandar estas denuncias de “hechos de corrupción” como lo llaman o sindican, inocente o cómplicemente, redactan algún que otro proyecto, para que en caso de ser probado el acto de corrupción los bienes sustraídos, vuelvan al erario público.
Como si fuese un capricho del destino, y por más que nos obstinemos a no creer en clases, se esfuerzan para que las pensemos como tales. La radical importancia de lo sustraído no es el bien, por más que este se valúe en cientos de millones. Lo que se roba un político habiendo accedido por voto popular a su función es cierta confianza pública, horadando, percudiendo, con su malandrismo, al sistema democrático mismo, de allí que establezcamos la tipificación de este delito como democraticidio.
Queda al margen la discusión sí el hombre de estado, tiene que predicar con el ejemplo, y hacer de su vida un testimonio, por intermedio de sus acciones, y por tanto, gran parte de su vida privada, es precedente de su comportamiento público. Queda afuera también la aporía sí el poder corrompe (una persona honesta, se convierte en lo contrario al acceder) o sí el poder devela (alguien que se queda con 10 centavos de un vuelto mal otorgado, es un corrupto en potencia con intenciones de desfalcar al estado). Nos ajustamos a la realidad, todo puede ser, hasta que en el ámbito público, no se desate un escándalo, no importa sí el que accedió es pederasta o criminal, sí fuera de modo contrario, al menos se debería hacer un test de personalidad a los funcionarios. Lo gravoso de este derrotero, es que no es únicamente, lo lesivo, la producción del escándalo, sino lo que se genera luego o para decirlo más claramente, lo que se viene generando, con la sucesión de escándalos de nuestros políticos, a lo largo y ancho de Occidente, habiendo birlado la confianza pública, vejándola, para obtener pingues posicionamientos sectoriales, beneficios espirituales o materiales.
¿No cree acaso usted que el descreimiento hacia lo democrático está vinculado directamente con los actos de corrupción, que se transmitieron en vivo en los diferentes medios de comunicación, casi desde el momento mismo de producido, o desde la denuncia, hasta el estado de no justicia, de no cierre, o de sospecha permanente que casi siempre quedó en el éter, cuando un político fue juzgado?
Tendremos que volver a lo que planteas modificar. El para nosotros viejo, esclerotizado y occiso, universalismo del principio de inocencia que le corresponde a los políticos, posee como uno de sus ejes el fundamento del onus probandi que radica en un viejo aforismo de derecho que expresa que «lo normal se entiende que está probado, lo anormal se prueba». Por tanto, quien invoca algo que rompe el estado de normalidad, debe probarlo («affirmanti incumbit probatio»: ‘a quien afirma, incumbe la prueba’). Básicamente, lo que se quiere decir con este aforismo es que la carga o el trabajo de probar un enunciado debe recaer en aquel que rompe el estado de normalidad (el que afirma poseer una nueva verdad sobre un tema).En Academia, el onus probandi significa que quien realiza una afirmación, tanto positiva («Existen los extraterrestres») como negativa («No existen los extraterrestres»), posee la responsabilidad de probar lo dicho. Entre los métodos para probar un negativo, se encuentran la regla de inferencia lógica modus tollendo tollens («que es la base de la falsación en el método científico») y la reducción al absurdo.
¿Acaso, por más que sea lamentablemente, no es normal es decir lo probado, lo sospechado, lo que se cree (¿no es esto el verdadero sentido de lo justo, lo que se cree?) en relación a que un político nos roba o se aprovecha para su beneficio de su condición de tal y lo anormal, que se maneje honestamente y no se aproveche, lo anormal y lo que debería ser probado?.
Como pudimos comprobar, el mismo principio de Onus probandi, es el que podría sostener también la modificación que sostenemos. Lo que se ha modificado es la circunstancia de la política que pasó de ser un concepto para gobernarnos a un modo de sobrevivir.
Todos y esto sí es universal, somos responsables, de hacia dónde estamos dirigiendo al mundo, por tanto nunca señalamos lecturas clasistas, el político, que puede ser cualquiera de nosotros, arriba a su condición de tal, no por su expectativa de conducción colectiva, de su vocación por el bien superior, o su aspiración al bronce de la historia o su poder de abstracción. El político quiere acceder a una posición de tal, para primero cambiar su realidad personal. Sí esto no lo terminamos de asumir, terminaremos con la democracia y caeremos en el escalón más bajo de una lucha de todos contra todos, en los reinados y reductos de la violencia como última o primera razón.
Los viejos juicios de residencia se hacían en obediencia a la Corona. Lo que hemos modificado es el soberano, quién en la actualidad es el pueblo (¿lo es?), a lo que tenemos que volver, es a establecer esta institución de justicia, antes que el democraticidio que sigamos cometiendo nos situé en una posición de la que no podamos regresar, civilizadamente. 
Toda autoridad que termina de imponer su cargo debe ser sometida a un juicio de residencia, es decir, las autoridades no se pueden mover de su lugar físico mientras dure una investigación en relación del desempeño. Este juicio es sumario y público. Terminado el juicio, si era positivo, la autoridad podía ascender en el cargo; en cambio, si había cometido cargos, errores o ilegalidades, podía ser sancionado con una multa o la prohibición de por vida de un cargo.
Bajo esta deformación histórica, nace una acción ciudadana, que primeramente se la dio en  llamar “escrache” (que no casualmente tiene sus inicios en sistemas totalitarios que se imponían de facto y por ende profundizando la violencia y la acción violenta al extremo y al exterminio) y que amenaza a convertirse en la actualidad en la justicia pronta, inmediata, de hecho o mediática o mediatizada.
Las Erinias o de la manera en que se resuelve un conflicto antes que medie la ley. 
“La justicia es el gobierno del pueblo, el cual es la individualidad presente a sí de la esencia universal y la voluntad propia y autoconsciente de todos. Pero la justicia que le devuelve el equilibrio a lo que universal que sobrepuja al individuo singular es, en la misma medida, el espíritu simple de aquel que ha padecido la injusticia-no se descompone en el que ha padecido  y en alguna esencia que esté  más allá; aquél es, él mismo, el orden subterráneo, y es su Erinia la que urde la venganza; pues su individualidad, su sangre, sigue viviendo en la casa; su sustancia tiene una realidad efectiva duradera. La injusticia que pueda hacérsela al individuo singular en el reino de la eticidad es solamente esto; que a él le ocurra pura y simplemente algo”. (Hegel, G. “Fenomenología del espíritu”. Pág. 299. Editorial Gredos. Madrid.2010).

Las Erinias, en la mitología griega eran personificaciones femeninas que perseguían venganza, buscando a los autores de ciertos crímenes o supuestos culpables de los mismos. Son anteriores a los dioses olímpicos, por tanto no están sometidas a la autoridad de Zeus.
Al pasar a la consideración de la mitología romana, se las tradujo como las “furias” termino que resignificó, acendrando su función por fuera de la ley, o lejos de la misma (en su tensión de género incluso, dado el significante ley como lo masculino y la dimensión de las Erinias como personajes femeninos) y más próxima a la mencionada venalidad de origen.
No debe resultarnos extraño por tanto, que episódicamente, en diferentes circunstancias de lo que damos llamar historia, reaparezcan, estas formas, maneras o metodologías de reaccionar ante algo, a los efectos de conseguir mediante ello, una compensación, así sea, espiritual o abstracta, que se materialice, mediante la penalidad, reprimenda o castigo, hacia quiénes hubieron de perpetrar la acción que obliga a esta reacción, que será entendida, más luego, bajo la consideración de lo que se entiende por justicia, o búsqueda de la misma, como si fuese algo más auténtico, ejemplar o incluso justo, que el aguardar el proceso que impone o impondría la norma o la ley.
Aquí está la cuestión. El andamiaje de lo jurídico-legal, como reaseguro de lo legitimador de un sistema político-social y económico, no llega en tiempo y forma, para, brindar como servicio, justicia, a  la víctima de una violación, llevada a cabo por una horda de malvivientes. Esta debe, para sobrevivir, es decir sobrellevar su dolor-experiencia, celebrar una exploración arquetípica de cómo reaccionaría no ya como víctima, bajo su nombre y apellido, sino como representante de lo humano, de la condición humana.
Así encontramos, en todas y cada una de las comarcas, que etiquetadas bajo la rúbrica de lo democrático, de la división de poderes, y en plena ascensión o extensión de las capacidades de lo humanidad misma, mediante la profundización de la técnica, o de la constitución del brazo armado de la “inteligencia artificial”, incontables experiencias en donde, el camino como respuesta, es que se vuelva, se retorne, se forcluya, a tal estadio en donde, facciosamente, se persigue, a los responsables de haber quebrantado una armonía, para qué, al decir de Hegel, les ocurra algo, es decir, para que lo entendamos luego, se genere justicia.
La falta de credibilidad de la ciudadanía con respecto a la justicia, tal como se la propone el propio sistema, como servicio, tiene que ver, conque no trabaja, culturalmente, desde este pliegue o esta perspectiva.
Se le impone, al ciudadano, desde la artificialidad, de un supuesto sistema de contrapesos, en donde lo justo tendría que interactuar con los que ejecutan y los que redactan la ley (de eso que se define como justo), sin embargo, a nadie se le explica que la acción que uno perpetra con respecto a otro, posee una incidencia, insospechada, por sobre el conjunto, por sobre el colectivo, redefiniéndolo y modificándolo en esa dinámica.
Sí yo, como sujeto pasible, de una agresión por parte de otro, en búsqueda de que le ocurra algo, por lo que me hubo de hacer, le genero un daño mayor o un daño de otro tipo (por ejemplo mancillar su honor) en otro orden, participo de la cosmovisión general que se tiene con respecto al conjunto de comportamientos humanos.
Es decir, pasamos de temer a una ley, que no se cumple, que no se aplica, o que en nombre de ella, se edifica un servicio que no funciona o funciona mal, al pavor, que nos produce, la reacción que pueden tener los otros, sea cual fuere la misma.
Todos tendríamos el mismo derecho a acudir a nuestra memoria arquetípica, a nuestra necesidad de “venganza” o de que al victimario le ocurra algo, en tanto y en cuanto, el servicio de justicia, siga funcionando, tal como lo hace, diciendo y declamando que actúa, pero escondiéndose en los pliegues de esa funcionalidad, solo normativa, performativa o en papeles, en concepto esgrimido en papel.
Regresamos a la cita de Hegel, a su inicio, cuando determinadamente expresa que la justicia es el gobierno del pueblo, allí es en donde la política debe actuar, explicita y profusamente. La falsa independencia, que se le hubo de arrancar, a Montesquieu en una de sus vaguedades teóricas, debe ser puesta en cuestión. Debemos ajusticiar el concepto de que lo justo, puede ser patrimonio, de seres angelados, de semidioses griegos, los jueces, que, bajo la discreción, fallan, sin tener reparos, siquiera en esa supuesta ley que los ordena.
Definir lo justo, es la cuestión central y sideral, en que el poder político, debe concentrarse para que el pueblo, pueda tener una experiencia semejante, o cercana, a tener que ver, conque plantee sus intereses reales, y no dejar que les sigan engañando, bajo la mentira perversa de lo representativo.
El pueblo, la ciudadanía, cuando pretenda, hacerse con el poder, debe ir por definir el sentido de lo justo o de la justicia, antes que elegir diputados o gobernantes, el votante, sea a través del voto o como fuese, debe elegir su forma (con jueces o de otra manera) de cómo, los intereses y las prioridades, se definen en relación al colectivo del que es parte, al contrato que lo tiene sujeto y que en letra chica y diminuta, siempre suscribe la palabra última, en donde se establece, finalmente, quiénes o quién, determinara lo que corresponde o no, y en este último caso, las penalidades que le corresponderían a los infractores o victimarios, como sustrato de lo político o de la máxima expresión del poder.

Francisco Tomás González Cabañas.


18.10.18

Metástasis democrática.


Desde la periferia del poder, desde el muladar en donde la existencia caprichosa, cuál reguero espermático de un dios, esperpéntico y atribulado por sus propias inconsistencias, se hace letra en estas toscas palabras, que envenenada, como contradictoriamente para su portador, se vuelven más poderosas que el arma, el sable, el cuchillo o la espada, que pueden blandir los autoritarios de turno, que antes ejercían el poder desde la imposición de la bota y que ahora lo trocaron, por la democrática lapicera que ratifican, electoralmente cada cierto período, estamos posibilitados de señalar, copiosa como fatigosamente, que todo lo que se crea, que se actúa para mejorar el sistema político, el imperante democrático, no hace más que fortalecer, la reproducción caprichosa del dispositivo que crece anómalamente, para carcomer el normal desenvolvimiento de lo humano. Lo peor de la democracia, tal como la implementamos, es que creyendo que contamos con la mejor versión de una posibilidad de organizarnos, es en verdad el pliegue del engaño más acabado, más perversamente ocultador y demoníacamente trocador de cercenar la posibilidad de ser libres, en la misma medida que nos privamos de serlo. En una aldea, se regocijan por la vuelta de la filosofía al bachillerato, mientras proponen el aumento del salario mínimo, sin dar cuenta que para ello, alambrarán aún más sus muros y fronteras, expulsando turistas por considerarlos agresivos con esos mismos lugares, que mediante la historia oficial que impusieron desde sus púlpitos, obligan a que sean visitados por los que desde otros lares se creen cultos como adinerados. En otra comarca, una gran parte de la propia comunidad, la que no casualmente se considera la más abierta, progresista y pensante, no puede entender, como han votado lo que esos otros, que no son ellos, han determinado en las urnas, a la que consagran como el  sumun de lo libertario en la faz política, y tal no comprensión, la transforman, la convierten, en la dinámica líquida de una mayor reproducción celular, sin sentido alguno, sin norte, sin ton ni son, eso sí, en nombre de la libertad y de las buenas costumbres. Tal vez es lo que respondan las células cancerígenas sí es que alguno le preguntara del porqué de su existencia. Nada más antidemocrático, que condenar el voto de los otros, nada más fuera de la ley, que desconocer a esta, señalando que se ha votado por alguien, que no se debiera haber votado, por considerarlo no democrático, por sus posiciones o declaraciones, cuando todo el andamiaje jurídico-legal imperante, la ha posibilitado presentarse en las urnas y tener la posibilidad de ser votado.
Entonces en ese juego de la perversidad más acabada, el que crítica en nombre de la democracia, el haber votado a un determinado sujeto, con un discurso siempre al límite y rayano con lo ilegal (es raro, porque el señalador, el que caracteriza, performativamente siempre dirá que lo que dice está más cerca de lo legal y lo que le opone, en sentido contrario, en la ilegalidad que puede ser una justicia comprada, lenta, inoperante o inútil) es la representación de la democracia en sí misma, criticando, pulverizando la elección democrática de los otros, porque no la comparte, como siempre, bajo argucias elegantes que se esparcen como reguero de pólvora en ámbitos amables.
Así ocurre en tantos otros guetos, democráticos a imagen y semejanza de lo que impuso por el sable y el arcabuz, por el crucifijo y la educación, cuando se festeja, en los medios, siempre concentrados en inequidades estultas, gozosas de frivolidades irresolutas, aquilatadas en dimensiones inescrutables de la tilinguería más berreta como inabordable, que concelebran el diálogo filosófico en coloquios de entidades privadas, que propalan el sentido de la humanidad como el acopio, más insulso como inhumano, de bienes inservibles que para ser elaborados, esquilman  lo más provechoso como sustancioso de lo humano.
Lo más certero, como necesario, que nos puede llegar a acontecer es que pidamos la eutanasia, dado lo irreversible del cuadro.
Sin embargo, lo que nos destroza nos hace gozar, en la inmediatez de impedirnos el placer de haber liberado la tensión, en la automaticidad, industrialista del ya, del ahora, no tenemos ni tiempo de creer, ambicionar o desear que algo mejor nos sobrevenga. Ya no creemos en nada, ya no creemos. Sólo vamos a las iglesias, a las marchas, como a la escuelas y a los centros de votaciones, por la inercia espectral en el que han transformado a la experiencia de lo humano.
Nos gusta el cloacal en que hemos transformado nuestra existencia, o tan siquiera. Estamos en una fosa común, embriagados por el hedor que se desprende de lo que alguna vez fuimos, sin siquiera la posibilidad de pensar que ya estamos muertos, que no tenemos ninguna otra chance, que no sea la del olvido, trémulo y fatuo, de otro acontecimiento vacío, carente de alma como de significado, que te haga olvidar, que alguna vez, y producto de la casualidad te han llegado líneas textuales como las presentes, para que te veas como puedas, sin otra posibilidad de conclusión que no sea la de avergonzarte en tu condición de humano, mientras a tu lado, los que no comen para que vos lo hagas, no dejan de ser testigos, mudos e impávidos, de tu pasmada y soberana estupidez pagana en tiempos democráticos.
     

1.8.18

La política de los pobres.


A diferencia de la política institucional, de la política partidaria y de la política académica, la nueva categoría que proponemos refiere a todas las acciones que no están contempladas  en la dinámica del hacer político cotidiano en donde se desarrolla la misma, que instituyen y constituyen nuestras democracias actuales.
La política institucional, es la figura en el plano de los poderes en que se divide el estado y que se manifiesta en los actos de gobierno, tanto ceremoniales como simbólicos, como también reales, verbigracia las sesiones que se llevan a cabo mediante el legislativo y las resoluciones que a diario se ejecutan en el resto de los poderes.
La política partidario o ideológica, es la que se lleva a cabo, eminentemente en la etapa o período electoral, que determina la constitución y la legitimidad formal de la política institucional y que cada tanto, también puede expresar, matices en cuanto a la conformación de políticas públicas o de líneas, programas y proyectos a llevar a cabo en relación a la administración o manejo de un estado mediante su gobierno. El ejemplo más contundente es el que la división que se arrastra de la asamblea francesa entre quiénes se hubieron de sentar a la derecha o la izquierda de un determinado centro.
La política académica es la que brinda el sustento científico-racional-positivista que deviene en la manifestación de estados de derechos acendrados en lo normativo-legal, que cada tanto brindan cuestionamientos controlados o perfeccionamientos en el andamiaje de lo publicado, por intermedio de los más media, que ejercen una suerte de rol, antitético o de contralor, para que finalmente las síntesis, siempre sean, modificaciones que se conducen mediante las otras políticas, up supra descriptas (la partidaria como la institucional) pero que nunca se apartan de la cuadratura del sistema occidental-democrático tal como lo conocemos desde un tiempo a esta parte.
La política de los pobres, tal como la definimos, caracterizamos o categorizamos, es la que deambula bajo definiciones ambiguas, tras la oscuridad de escondites que la prohíben emerger tal como se manifiesta. La política de los pobres, es ni más ni menos que el ejercicio político de los que carecen. Sea una manifestación que no está contemplada por ningún partido legal, y que reclama una situación que no fue atendida por ninguna de las instituciones que brinda el sistema, actúa por tanto, sin libreto ni formato, ni menos metodología, dado que tampoco recibe letra ni la lee, desde la política académica. La política de los pobres, que muchas veces es nombrada, signada, señalada, como política popular, espontánea, ciudadana, o no expresada formalmente, tiene como destino el poder acoplarse, encajarse, en el resto de las categorías políticas establecidas. Sin embargo, al no estar reconocida, ni planteada como tal, es decir en su existencia real, como parte integrante del sistema político, colisiona mucha veces, o no termina de acomodarse en el concierto en que desandamos nuestras experiencias democráticas.
Urge dejar en claro que la política de los pobres, entendiendo la pobreza como el que carece desde lo político, el que está desguarnecido, desprotegido de los otros categoriales tradicionales de lo político, no se manifiesta como una suerte de contraposición, contrapeso o desde una posición adversarial, sino que tiene como destino el complementarse, el terminar de orbitar dentro del sistema mismo y no deambular, con extrañeza, complejidad y ajenidad, tal como lo hace en el presente.
La política de los pobres es lo que en la actualidad no termina de comprenderse, bajo los significantes académicos actuales (demostrando lo poco democrático de este ámbito en donde se desanda lo político, siempre performativamente, es decir encontrando justificaciones para una imposición), lo que tampoco se encuadra para la política institucional (que presente el desafío de cómo reaccionar ante una manifestación ciudadana, o pueblada, sí reprimiendo desde el momento mismo de su convocatoria, bajo una lógica del bastón o de mano dura o mediante una flexibilidad que pueda generar cansancio y hastío para los afectados por estas movilizaciones y que poseen tantos derechos como los reclamantes) y lo que desborda a partidos políticos como a expresiones políticas ideológicas (generando incluso la pregunta, al punto de obviedad de ver que representan entonces estas agrupaciones o agrupamientos que antaño formalizaban la legitimidad de lo político).   
La política de los pobres, de los que no estamos en relación directa con el poder, y de los que no es tamos contemplados por las formas políticas en donde, se reparte, se administra, se divide ese poder,  de acuerdo a lógicas y a reglas que también se discuten entre los que pertenecen a ese mismo circuito del poder, donde vive, pervive y se sostienen las categorías políticas reconocidas, tiene una presencia, real, contundente, expresa y sideral.
La política de los pobres, no es solamente, la pobreza que no resuelven  las formas o categorías políticas clásicas, sino también todo lo que podemos hacer, a través de esta ausencia, todo lo que no está contemplado, realizado, pensado o manifestado.
La política de los pobres, a diferencia de lo que podría pensarse a prima facie no puede ser entendida bajo la semántica de que sea más fuerte o débil, sino que tiende, por su posibilidad de nutrirse de lo incierto, de lo que no hay, y por tanto, desempolvara el pliegue más creativo, más liberador y más auténtico de las posibilidades de aumentarse las mismas o de correr los límites de lo posible, para el pobre en su condición de carente de lo material, como asimismo libre de las ataduras del cordel de la cosificación, del corset de la automatización que proponen, casi inercialmente las políticas en serie, seriadas o no pensadas, sentidas o experimentadas desde lo descarnado de lo humano.  
La política de los pobres, es el campo fértil, desde donde el humano tiene la posibilidad de sembrar una mejor versión de sí mismo. La política de los pobres es el espacio sustentable que a diferencia de las extensiones yermas de los categoriales acabados, apocados y derruidos, ofrece las mejores perspectivas para que la política termine expresando el ejercicio, cotidiano, en donde cada uno de nosotros hace lo mejor de sí, pensando siempre que será lo mejor para los demás, sin que el otro se nos presente o aparezca bajo el temor de que sea quién esta como para imposibilitarnos la posibilidad de ser más felices durante nuestra estancia en la granja colectiva que dimos en llamar planeta tierra.
   

8.7.18

De la objeción de conciencia o del derecho al fascismo.



Sí lo analizamos del sentido común, más que una objeción de conciencia, pareciera ser una reacción, facciosa y primitiva, de un grupo orquestado, por razones espirituales, religiosos o las que fueren, para no acatar una ley, legitima y legitimada, por la instrumentación democrática. Es decir, en todo caso, nada debiera ser tan, individual, como meditado, que guarecerse bajo una demanda de objeción de conciencia. Algo muy distinto a la campaña, prestidigitada y por ende pergeñada con premeditación, que se publicita por diferentes medios y redes, de galenos o asistentes de los mismos, con cartelitos que rezan que no cumplirán la ley, que tiene media sanción del congreso, que posibilitara el aborto, gratuito para quiénes se encuadren dentro de la normativa, en caso de que se termine convirtiendo en tal. Precisamente, esta es la razón, básica y fundamental, de este peregrinar, de esta cruzada, que como las históricas, en vez de condenar a hogueras y arrancar cabezas, en el nombre de la ética y la moral, como de la libertad, se las llevan puestas, poniéndoselas como sombreros, a estos derechos fundamentales de la humanidad. Lo que se pretende, lo que se busca, maliciosa como diabólicamente (la virtud demoníaca es la de invertir, darlo vuelta, que no es más que la perversión de lo esperable o esperado) es operar, presionar, condicionar, la media sanción del proyecto de ley conocido como “aborto seguro” para que, los senadores nacionales que aprueben la normativa, sientan que aprobaran una ley que no será cumplida, o que, feligresía mediante, se militará para ello, que los que tengan dudas, puedan tener un argumento más, de facto, para seguir con esas dudas y en todo caso volcarse a uno y finalmente, para los senadores que voten por el rechazo del proyecto, sientan que de tal forma, ayudan  a la patria, a la ley, a la naturales y a las buenas costumbres.
Una vez aclarado, el contexto, en que se empieza a hablar, mediáticamente (que siempre dentro de esta granja, lo que se granjea no son más que apreciaciones, superficiales cuando no banales) debemos ir al fondo mismo de la cuestión, el pliegue tal vez, más conspicuo o interesante.
Desde el campo jurídico se delimita esta parcela, como la vinculada a los derechos subjetivos. Para ponerlo en términos no jurídicos, es la parte de la biblioteca en donde los juristas, tienen más de un libro, como para hacer con las leyes, poesía. En verdad objeción, puede ser un sinónimo, o un eufemismo para hablar de revelación, de insubordinación, de no cumplimiento, de rebeldía que busca tener asidero, pero que en podría estar ocultando un cariz inverso del establecido, del normado, del socialmente aceptado.
Para los amantes del cine, y condicionados por las producciones de Hollywood, el término objeción incluso les sonará familiar. Es la palabra que usan en el desarrollo de los juicios, una de las partes, cuando la otra realiza una pregunta a un acusado o testigo que la primera no considera pertinente o jurídicamente adecuada. Se objeta el interrogante, y muchas veces, el juez, quién ordena el procedimiento, debe determinar sí el objetante, lo hace por una razón valedera o sí tomar la objeción como mecánica, como un sistema táctico para sus intereses.
Sí un origen válido, que subyace a la objeción, existe en esta posibilidad de quién la clame, es el derecho a la resistencia, una suerte de desobediencia civil, legalmente aceptada, que como no podría ser de otra manera, no está reglamentada, en ningún corpus jurídico (es decir además de ser un derecho subjetivo, lo sitúan en un limbo de implementación), salvo el de algún país africano con poca o nula experiencia democrática.
Sí, establecemos la permisividad (la no acción es la más contundente de las permisividades) de la objeción de conciencia, ante un acto, específico y determinado (practicar un aborto), para dar licencia de “corso” para que algunos, promovidos por facciones de poder, puedan incumplir la ley, estaremos abriendo las puertas de un infierno jurídico-legal y de procedimientos que no sólo entumecería el accionar de todo un poder del estado, sino que podría ser un golpe de muerte para el estado de derecho.
Imaginemos, en el mismo ámbito médico, que un emergentólogo, recibe a un paciente que se disparó o se dañó a los fines de suicidarse, sin lograrlo del todo  y arribar al nosocomio, moribundo. ¿No podría alegar el galeno, objeción de conciencia y no intentar salvarle la vida, dado que estaría incumpliendo el deseo del suicida de finalmente morir?
Extendamos las hipótesis, dado que sí se brinda soporte legal a que alguien incumpla la ley, para una práctica legalizada, ¿no podría tener el mismo derecho un docente, de cualquier nivel, el no dar ciertas enseñanzas dentro del plan educativo aprobado y normado, por no compartirlo, no estar de acuerdo, con el mismo, sea ideológica o filosóficamente?
En un banco o entidad financiera, ¿No tendría el mismo derecho un funcionario, llámese cajero o como fuere, a no cumplir su tarea, por ejemplo realizar un pago o una transacción, porque considera que el cliente,  obtuvo los fondos que reclama de una manera que no la comparte, aduciendo de esta manera una objeción de conciencia, tan válida como la que puede esgrimir un médico para no cumplir con la ley y dejar a la buena suerte a un paciente que precisa de su instrumentación?   
Un periodista o comunicador, acaso ¿no podría también, esconder su enano fascista (tal como célebremente nos lo endosará Oriana Fallaci a los argentinos…”Qué es el fascismo? Es prohibir al que piensa distinto, es intolerancia, es opresión”. Entrevista de  Bernardo Neustadt en Tiempo Nuevo, 1983.)mediante el uso de la herramienta, que tratan de que sea socialmente ( a través de redes) aceptada, de la objeción de conciencia, para no publicar, suprimir, ningunear, obviar o hacer de cuenta que no está sucediendo nada, cuando a su alrededor suceden cosas, que no son ni más ni menos que las muestras de la condición humana, por más que no sean de su agrado o interés?
Finalmente, ¿Qué sucedería, sí alegamos, minutos antes de una elección, objeción de conciencia y nos negamos a ir a votar, o lo que es peor, a no reconocer como legítimos y válidos, los resultados que nos brinden después del acto electoral?





   

22.6.18

Instituir en el Poder Legislativo la Banca del Intelectual.


La democracia necesita de sus hombres más lúcidos para no derrapar en profundizaciones que la terminen por distorsionar del todo. Desde el fin de la gran aporía política del último siglo, que no debe existir ninguna alocución o interpretación de ningún pensador actual que no refiera a los problemas de nuestras democracias, líquidas, inacabas o inciertas (a cada término le corresponde casi una línea de pensamiento que confluyen en conclusiones semejantes) que proyectadas en sus problemáticas, o en que, no podamos interpretar las contradicciones en sí mismas, terminaremos muy probablemente en, como nos profetiza, otro de los tantos renombrados politólogos o filósofos de la política, Zizek, reproduciendo lo que Hollywood viene filmando como un futuro próximo, la guerra facciosa entre humanos, por recursos básicos y generadas por las profundas desigualdades que la democracia en nombre de su valor, promete atacarlas o reducirlas y no hace más que profundizarlas. De hecho este autor citado, se postuló en su país como candidato a Presidente, y más allá de no haberlo hecho, con el supuesto éxito de haber ganado, creo que el éxito ya estuvo en su presentación, porque es vital e indispensable, que los hombres y las mujeres que se consagraron al saber, venzan los obstáculos y los prejuicios y puedan meterse en el barro de la política, para tratar de sacarla, precisamente a esta del fango en el que cada vez más se introduce.
Esta lucidez de la que hablamos no provendrá de seres iluminados, de ucases, de creencias en las que seres poderosos se encuentren realizando algún tipo de juego con nuestras voluntades, sino que se trata de una posición ante el mundo a la que cualquiera que este dispuesto puede, y debería tener la obligación moral o ciudadana, de pretender acceder.
No se crea esta banca intelectual, para la gloria vana o vanagloria, valga la redundancia, de intelectuales en tal categorial, que apostrofados en otro reconocimiento de la institucionalidad, acopien, tal como lo hacen publicaciones, certificaciones, títulos, pos títulos, y todas las demás cucardas o parafernalias, sea en ámbitos académicos, ferias o eventos de características signadas por este falsa pose de la intelectualidad, a la que se insiste, no se pretende acicalar. La banca intelectual no ve la luz pública, para galvanizar una supuesta, como imposible, bendición divina, o la ratificatoria de la existencia de un círculo de privilegiados, que en el uso de términos poco usuales, turben más de la cuenta a la turbamulta mediante la cual se pretenden, distintos, elegidos, escogidos o privilegiados.
La banca intelectual, funge como dispositivo institucional, incardinado, a los efectos primero, de generar en el colectivo, en la ciudadanía, la noción fundamental e indispensable que la intelectualidad es una condición, circunstancial, a la que cualquiera puede acceder, en tanto y en cuanto, la desee y más luego, se permita la posibilidad de poner en cuestión sus propios pensamientos como posiciones y luego, de ello, sentar su perspectiva, para luego, en el ámbito mismo de la noción antigua de intelectualidad, no se comprenda que la misma pertenece a un círculo áulico, cerrado, atesorado por pretorianos de un supuesto saber, que obliteran la posibilidad de pensar, al haber cosificado el medio para llegar a una dinámica más ágil del pensamiento o la reflexión.
Esta corrosión, en la que de un tiempo a esta parte parece haber caído, la intelectualidad mal entendida y por ende sus integrantes, los intelectuales en tal pináculo pervertido o “perversado”, se puede ver claramente en la cosificación del objeto o elemento libro. Parece que los escritores no tratan con la materia prima que serían las palabras que provienen de pensamientos o sentimientos, sino que se plantean, se trazan, como si fuesen máquinas seriadas, el objetivo de aquilatar libros, para tener presentaciones de los mismos, ferias en donde exhibirlos y demás eventos laudatorios, en donde jamás siquiera tendrán la posibilidad de poner en crisis, es decir de pensar, sus propias posiciones. Esta perversidad del camino del intelectual, en este caso del de letras, se réplica en todos y cada uno de los ámbitos en donde, esa pose, se postureo de lo intelectual, ese vestido o traje, parece estar reservado, solo a un grupo selecto, u obediente de personas que antes que pensar, que sentir o que desgarrarse en un humanidad, se conforma, con la falsa modestia del aplauso de cortesía en una presentación de un trabajo suyo, en donde, tal vez siquiera las palabras allí estampadas le pertenezcan, o se las haya figurado, con algún fin, que no sea, precisamente, ese que está prestando, esa pose tan alejada de la intelectualidad tal como la debiéramos entender, la que piensa, cuestiona, arde, llora, pone en crisis, escucha, consensua, sobrevive en el devenir de lo humano.
Tener una banca del intelectual, es decir de la condición de lo pensado, de lo analizado, de lo que está más allá del resultado obvio (camino único), de lo inmediato, no sólo que pulverizará las aspiraciones de quiénes pretendan encorsetar la intelectualidad (como se viene intentando desde tiempos inmemoriales) en vanas formas, insulsas y contradictorias de diplomas de fuste, de oropeles de cartón, cuando no manchados con sangre inocente, sino que por sobre todo, en los tiempos actuales, contribuirá a la tan mentada, como ansiada, participación ciudadana, elevando la calidad de lo democrático e instituyéndose como un elemento más que nutra de alternativas a la democracia entendida como la posibilidad cierta que nos pensemos, sin dejarnos de pensar, es decir que por más que creamos estar sobre la senda más acorde, no dejar de cuestionarnos tales paso, para que tal vacilar de las cosas, no sea el vacilar de nuestra condición de humanos.  


“El papel del intelectual debe consistir en denunciar constantemente el desarrollo desigual o las desigualdades sociales (la concentración de la riqueza en pocas manos y la profundización de la inequidad) e insistir en el desarrollo humano. No puede permanecer indiferente mientras que la mayoría de la humanidad sigue víctima de la desigualdad, la injusticia y la discriminación, resultadas de la ofensiva neoliberal. Por lo tanto, debe ser una voz imprescindible por los tiempos que corren participando en la formación e información de los pueblos y ofreciendo argumentos sólidos y frescos contra las injusticias y las desigualdades que debe combatir de manera frontal (Mbuyi Kbunda, Intelectual Congoleño).



ARTICULO 1 º . -    Crease la Banca del intelectual en el ámbito de la Honorable Cámara de…..(agregar la que corresponda, distrital como institucional o cada una de las mismas), que funcionará como banca simbólica y permanente.-

ARTICULO 2 º . -    La Banca del Intelectual tendrá por objetivos el asesoramiento, la consulta, el control y monitoreo de las leyes relacionadas con la garantizar la libertad de expresión, avalar, proponer y acrecentar la libertad de pensamiento, consagrar la libertad de circulación de las ideas y de la confrontación como el consenso mediante la diversidad de las mismas, con el fin de posibilitar que la Cámara, en su razón de poder manifiesto del legislativo ejerza su atribución de sancionar normas y controlar los actos de gobierno acendrado en una cultura democrática manifiesta y vigorosa en su calidad simbólica como práctica.  

ARTICULO 3 º . -    La Banca del intelectual estará integrado por cinco miembros de, los que al menos dos deberán ser mujer, elegidos por sorteo, del que participaran todos los ciudadanos que así lo deseen, en la plenitud de sus derechos políticos.- Anualmente la Banca elegirá un/a presidente, un/a vicepresidente y un/a secretario/a que podrán ser reelectos.-

ARTICULO 4 º . -    La Banca del intelectual tendrá las siguientes facultades y atribuciones:
                                    1. Incluir la perspectiva de largo plazo, de proyección, de visión general como extensa y crítica en la elaboración y sanción de los proyectos legislativos.-
                                    2. Armonizar y adecuar la normativa vigente a los principios del artículo 27 de la Declaración Universal de Derechos Humanos así como por los tratados que en el futuro se ratifiquen.-
                                    3. Proveer las acciones conducentes al desarrollo humano desde la óptica del pensamiento, la reflexión, el filosofar o el razonamiento en pos de lo colectivo, a los efectos de considerarlo una posición o perspectiva indispensable para el avance en la consideración humanística de los pueblos.
                                    4. Promover medidas de acción positiva que garanticen la libertad de expresión, producto de la manifestación del pensar del intelectual, no como categoría profesional o clasificación social, sino como atribución a la que cualquier ciudadano puede acceder, sin otro requerimiento más que su propia voluntad manifiesta y manifestada en el marco a sentar su punto de vista sin que ese resulte agraviante y lesivo, con el compromiso irrenunciable de llegar con la voluntad tal de que lo enriquecerá más el intercambio, el consenso con ese otro, que el convencimiento o adoctrinamiento que pueda ir a buscar.
                                    5. Elaborar una agenda institucional que promueva iniciativas relacionadas con la circulación de ideas, de talleres, de encuentros, de espacios que no terminen resultando ferias seriadas para el peculio de alguna facción que pudiera beneficiarse, sino el propender a la realización de ágoras públicas, en donde las palabras no terminen aprisionadas en objetos, sacralizados, poco accesibles o tediosos, sino un  material indispensable para el crecimiento espiritual, y por ende real, del ser humano.
                                    6. Promover espacios de encuentro y actividades que permitan generar un conocimiento integrado de experiencias entre funcionarios y ciudadanos, instituciones y organizaciones públicas y privadas para la reflexión, análisis, evaluación y realización de foros de debate necesarios sobre temas de desarrollo humano desde la perspectiva de la intelectual como estadio indiscernible de lo humano, y valorable desde lo político como indispensable para luego la aplicación de la instancia práctica-
                                    7. Fomentar iniciativas tendientes a mejorar el tratamiento de la libertad de pensamiento, y su posterior, como necesaria instancia de libertad de publicación en los medios de comunicación para garantizar la visibilidad de todas y cada una de las formas en que se sienta, se piense o se desee una comunidad, bajo el único principio de que no resulte agresivo o lesivo hacia los demás.
                                    8. Difundir a la opinión pública los datos obtenidos, estudios y actividades a través de un portal web, que tendrá su réplica en redes sociales como en las diferentes plataformas creadas y a crearse desde la institución democrática que lo alumbre o de la que se genere o desprenda
                                    9. Aprobar su reglamento interno de funcionamiento.-
                                    10. La Banca intelectual sesionará al menos una vez al año, junto  al pleno del recinto, teniendo la prelación en el uso de la palabra, como en tal caso, las atribuciones que le correspondiera al presidente de un cuerpo colegiado.

ARTICULO 5 º . -    Los gastos que demande la Banca del intelectual serán imputados al presupuesto general.

ARTICULO 6 º . -    Comunicar, cumplido archivar.-


3.6.18

La Différance entre pobreza y democracia.



Nos proponía Derrida que pensemos en los términos de algunas cosas que desborden la representación. Por tanto el neologismo o neografismo, que proviene de diferencia, también lo hace desde su sentido de aquello que difiere. Lo que está pospuesto es el significado mismo de eso que se quiere, señalar, definir o absolutizar, encerrándolo en un vocablo. Tal postergación, mediante una cadena de elementos significadores, hacen posible el contexto en donde podría tener sentido que se fugue, aquello que deseamos, anhelamos, tan profundamente tenerlo acotado en el margen de espacio y de tiempo. Bajo nuestra propuesta categorial, lo que se difiere, se posterga, se prorroga, en relación a lo furtivo de la pobreza, es mediante, lo democrático, que funge como un valioso catalizador, una suerte de talismán, en donde, se yuxtaponen, constituyéndose así, ambos, en esta relación pervertida como perversa, para que no puedan significar ambas otra cosa; males necesarios, conceptos en el orden de lo real, irreducibles, inmodificables e indispensables de los que no nos podemos desentendernos, desembarazarnos ni mucho menos, deshacernos de los mismos, en tren de tener (dado que no cabe, ni nos permitimos siquiera anhelar) algo mejor que las postergaciones, los diferimientos a los que no condenamos mediante la Différance entre pobreza y democracia.
No, no estamos hablando ni en difícil, ni en vocabulario técnico, o para el regocijo de minorías ilustradas, que al tener todo lo demás resuelto, pretenden que vuele algo más elevado lo que haya cultivado con su intelectualidad. Hablamos de lo que sucede todos los días, con esas barriadas, que más o menos habitualmente, usted ve, cerca de sus reductos, en vivo y en directo, o mediante una interfaz comunicacional. Hablamos de esa pobreza, a la que usted teme, no tanto en caer, sino más que en nada, ser presa, o víctima, de su resaca, o de su resultante, que producto del azar, o del olvido momentáneo de ese dios (al que después perdonara), pueda terminar siendo, merced de un arrebato, de una entradera, escruche, o cualquier tipo de abuso violento, que consciente o inconscientemente, asocia, como un circuito entre pobreza-marginalidad y delincuencia-criminalidad. La democracia es para usted, precisamente esto. Lo que no puede serle resuelto, para que pueda gozar, en lo que cree que ha ganado, con justicia y merecimiento (no hablamos ni de ética ni de honestidad) pero que al menos lo puede mencionar, lo puede exclamar, rezongar y solicitar, teniendo siempre enfrente, un político, que a sabiendas del imposible que pide, le miente, a la carta, por pedido suyo diciéndole que sí lo vota, lo resolverá.
La democracia es para la pobreza, el placebo, que al no generar acción específica alguna, perpetúa en tal inacción la flagrancia del cuadro. La pobreza es para la democracia, la excusa perfecta para que cabalguen en el mando, los estultos, flagrantes, que corresponden a la situación con la misma medicina. Aspirinas para situaciones complejas, a la espera que se desate, se resuelva, el nudo gordiano, en donde lo central, lo nodal, es precisamente, la postergación, el diferimiento, como sostenemos desde el título la Différance, que termina de maridar, incestuosamente, a la pobreza con la democracia, en tal concretación de la nada, o de la posibilidad como mera posibilidad de sí misma.
Al estar ocluida la chance, o la elección, el uso que podamos llegar a hacer de nuestra libertad de pensamiento, para darnos otra cosa, que no sea la imbricación nociva entre pobreza-democracia, caemos en ese vacío, de lo otro, que representan los absolutismos ya vividos y padecidos. Pretender salirnos de lo democrático, en cuanto a su vinculación con la pobreza, no hace más que sentenciarnos al oscuro y lúgubre, cono de sombras, en donde nos espera, ansiosa, la condena de todo lo que no somos, ni representamos, lo totalitario y arbitrario de formas de gobierno o sistemas, que han sido insondablemente temibles en su experimentación por lo humano.
O tal vez sí, tal vez nunca hayamos dejado de ser, eso que tememos, con solo mencionarlo. Posiblemente, en el decurso del tiempo, profundizamos la malicia, con la que pretendemos, tener más que el de a lado, más que el otro, diciéndole que somos todos iguales ante ese principio democrático, por más que el próximo, este condenado a la pobreza más absoluta.
No sería raro que en verdad, al no tolerarnos en nuestra real traducción, en lo que somos, nos desbordemos en el significado, de lo que pretendemos y por tanto realicemos el acto de la Différance,y que por tanto, esta sea la razón por la que seguimos, plenamente habitando una pobreza democrática, o una democracia empobrecida, a la que no podemos siquiera pedirle otra cosa que no sea, que refiera a interminables cadenas de palabras, como de cosas, que no terminan significando, o sirviéndonos, para nada más que para continuar tal como estamos.
La verdadera elección que nos ofrece, que subyace, que orbita detrás de eso otro, lo innombrable, lo indecible es que el presente sistema político-institucional, imperante en occidente, que dimos en llamar “la Différance entre pobreza y democracia” nos impele a que con periodicidad, elijamos, optemos, entre padecer hambre, o padecer las acciones que genera el hambre, es decir la discordia, cuando no la violencia y la agresividad de los hambrientos, para que entre todos sostengamos un pseudo equilibrio, orquestado por una cohorte de estructuras de papel, a las que las queremos dotar de características que no le son propias y que ni por asomo las tienen.





18.5.18

Las Erinias o de la manera en que se resuelve un conflicto antes que medie la ley.



“La justicia es el gobierno del pueblo, el cual es la individualidad presente a sí de la esencia universal y la voluntad propia y autoconsciente de todos. Pero la justicia que le devuelve el equilibrio a lo que universal que sobrepuja al individuo singular es, en la misma medida, el espíritu simple de aquel que ha padecido la injusticia-no se descompone en el que ha padecido  y en alguna esencia que esté  más allá; aquél es, él mismo, el orden subterráneo, y es su Erinia la que urde la venganza; pues su individualidad, su sangre, sigue viviendo en la casa; su sustancia tiene una realidad efectiva duradera. La injusticia que pueda hacérsela al individuo singular en el reino de la eticidad es solamente esto; que a él le ocurra pura y simplemente algo”. (Hegel, G. “Fenomenología del espíritu”. Pág. 299. Editorial Gredos. Madrid.2010).

Las Erinias, en la mitología griega eran personificaciones femeninas que perseguían venganza, buscando a los autores de ciertos crímenes o supuestos culpables de los mismos. Son anteriores a los dioses olímpicos, por tanto no están sometidas a la autoridad de Zeus.
Al pasar a la consideración de la mitología romana, se las tradujo como las “furias” termino que resignificó, acendrando su función por fuera de la ley, o lejos de la misma (en su tensión de género incluso, dado el significante ley como lo masculino y la dimensión de las Erinias como personajes femeninos) y más próxima a la mencionada venalidad de origen.
No debe resultarnos extraño por tanto, que episódicamente, en diferentes circunstancias de lo que damos llamar historia, reaparezcan, estas formas, maneras o metodologías de reaccionar ante algo, a los efectos de conseguir mediante ello, una compensación, así sea, espiritual o abstracta, que se materialice, mediante la penalidad, reprimenda o castigo, hacia quiénes hubieron de perpetrar la acción que obliga a esta reacción, que será entendida, más luego, bajo la consideración de lo que se entiende por justicia, o búsqueda de la misma, como si fuese algo más auténtico, ejemplar o incluso justo, que el aguardar el proceso que impone o impondría la norma o la ley.
Aquí está la cuestión. El andamiaje de lo jurídico-legal, como reaseguro de lo legitimador de un sistema político-social y económico, no llega en tiempo y forma, para, brindar como servicio, justicia, a  la víctima de una violación, llevada a cabo por una horda de malvivientes. Esta debe, para sobrevivir, es decir sobrellevar su dolor-experiencia, celebrar una exploración arquetípica de cómo reaccionaría no ya como víctima, bajo su nombre y apellido, sino como representante de lo humano, de la condición humana.
Así encontramos, en todas y cada una de las comarcas, que etiquetadas bajo la rúbrica de lo democrático, de la división de poderes, y en plena ascensión o extensión de las capacidades de lo humanidad misma, mediante la profundización de la técnica, o de la constitución del brazo armado de la “inteligencia artificial”, incontables experiencias en donde, el camino como respuesta, es que se vuelva, se retorne, se forcluya, a tal estadio en donde, facciosamente, se persigue, a los responsables de haber quebrantado una armonía, para qué, al decir de Hegel, les ocurra algo, es decir, para que lo entendamos luego, se genere justicia.
La falta de credibilidad de la ciudadanía con respecto a la justicia, tal como se la propone el propio sistema, como servicio, tiene que ver, conque no trabaja, culturalmente, desde este pliegue o esta perspectiva.
Se le impone, al ciudadano, desde la artificialidad, de un supuesto sistema de contrapesos, en donde lo justo tendría que interactuar con los que ejecutan y los que redactan la ley (de eso que se define como justo), sin embargo, a nadie se le explica que la acción que uno perpetra con respecto a otro, posee una incidencia, insospechada, por sobre el conjunto, por sobre el colectivo, redefiniéndolo y modificándolo en esa dinámica.
Sí yo, como sujeto pasible, de una agresión por parte de otro, en búsqueda de que le ocurra algo, por lo que me hubo de hacer, le genero un daño mayor o un daño de otro tipo (por ejemplo mancillar su honor) en otro orden, participo de la cosmovisión general que se tiene con respecto al conjunto de comportamientos humanos.
Es decir, pasamos de temer a una ley, que no se cumple, que no se aplica, o que en nombre de ella, se edifica un servicio que no funciona o funciona mal, al pavor, que nos produce, la reacción que pueden tener los otros, sea cual fuere la misma.
Todos tendríamos el mismo derecho a acudir a nuestra memoria arquetípica, a nuestra necesidad de “venganza” o de que al victimario le ocurra algo, en tanto y en cuanto, el servicio de justicia, siga funcionando, tal como lo hace, diciendo y declamando que actúa, pero escondiéndose en los pliegues de esa funcionalidad, solo normativa, performativa o en papeles, en concepto esgrimido en papel.
Finalizando, regresamos a la cita de Hegel, a su inicio, cuando determinadamente expresa que la justicia es el gobierno del pueblo, allí es en donde la política debe actuar, explicita y profusamente. La falsa independencia, que se le hubo de arrancar, a Montesquieu en una de sus vaguedades teóricas, debe ser puesta en cuestión. Debemos ajusticiar el concepto de que lo justo, puede ser patrimonio, de seres angelados, de semidioses griegos, los jueces, que, bajo la discreción, fallan, sin tener reparos, siquiera en esa supuesta ley que los ordena.
Definir lo justo, es la cuestión central y sideral, en que el poder político, debe concentrarse para que el pueblo, pueda tener una experiencia semejante, o cercana, a tener que ver, conque plantee sus intereses reales, y no dejar que les sigan engañando, bajo la mentira perversa de lo representativo.
El pueblo, la ciudadanía, cuando pretenda, hacerse con el poder, debe ir por definir el sentido de lo justo o de la justicia, antes que elegir diputados o gobernantes, el votante, sea a través del voto o como fuese, debe elegir su forma (con jueces o de otra manera) de cómo, los intereses y las prioridades, se definen en relación al colectivo del que es parte, al contrato que lo tiene sujeto y que en letra chica y diminuta, siempre suscribe la palabra última, en donde se establece, finalmente, quiénes o quién, determinara lo que corresponde o no, y en este último caso, las penalidades que le corresponderían a los infractores o victimarios, como sustrato de lo político o de la máxima expresión del poder.