“La voz política democrática no
es la voz de la tierra, de la patria y ni siquiera la de una clase (dirigente,
media u obrera), sino la respuesta a una apertura, a un espaciamiento del lugar
político en las calles y en las plazas. Es una sonoridad que mide un espacio,
que permite a la calle comprender la amplitud de su propio estrépito, captar su
propia polifonía disonante: siempre una voz más, una más, serie infinita… la
democracia no es lo que puebla el vacío, no es la fuente que dispensaría una
nueva significación del mundo. La democracia es más bien el espacio vacío para
una convocatoria; una plaza en que hacer resonar la voz política, cada voz
singular y todas las voces. La democracia no debe saturar las plazas [places],
sino que debe hacer espacio [place] para los que aún no tienen espacio [place]
propio, es decir, para los que todavía no tienen una voz política, sino sólo un
timbre, tonos, líneas rítmicas, una presencia, una realidad”. (Ferrari, F. “Comunidad
y Nihilismo en torno al pensamiento de
Jean-Luc Nancy”. Revista Pléyade. 2011).
En este apreciado ensayo, acerca
de las disquisiciones del francés Nancy, quién acertadamente explicitó que “El
`68 fue el primer surgimiento de la
exigencia de la reinvención de la democracia en Europa, fuera de las
comparaciones-siempre rentables a los gobiernos-con los totalitarismos…fue
paradójicamente el momento más crítico a la construcción democrática, y
simultáneamente, la situación propicia para el despliegue de un pensamiento político
capaz de redefinir y forzar a la democracia de un sentido liberador (Pennisi,
A. “Pasiones Políticas. Pág86. Quadrata. Buenos Aires. 2013) podemos encontrar
sin duda alguna, el sentido que más acertadamente podríamos usar para auscultar
nuestra realidad política y social en Occidente.
Escuchar, pasa a ser la acción más
democrática que podamos realizar. No casualmente, el discurso político, sobre
todo, cuando la democracia se imponía sobre los regímenes totalitarios, asomaba
como la poción mágica, o el antibiótico proverbial que nos despojara de todos
los males sociales, económicos ("Con la democracia se come, se educa y se
cura”. Alfonsín, R. Al asumir la Presidencia de la Argentina, que recuperaba la
democracia tras los “Años de Plomo”, en su discurso inaugural ante el congreso.
1983).
Sin embargo, la incomprensión de
fondo del fenómeno democrático, de aquello que realmente significa y comprende
(es decir su condición de garantía para que ocurran otras cosas, a partir de la
democracia misma, los que nos dice Ferrari, la plaza a ser ocupada) llevó a los
políticos, a la banalidad del discurso democrático. Los espacios públicos se
fueron despoblando, dado que no querían escuchar aquellos discursos que otrora enamoraban
y que un tiempo después desencantaban y hasta exasperaban e inducían a la
violencia. La política, gobernada o dominada por quiénes no habían accedido a la
misma por el espíritu democrático (es decir, sí por su formalidad y legalidad,
pero no por su legitimidad, de escuchar a los asistentes a las plazas, para que
las vuelvan a llenar) creyó que se trataba de una cuestión metodológica. Aún
hoy, y gracias a la profundidad de la revolución digital, que presta su marasmo
para dificultar el pensamiento, ese significante extenso de la “política” que
se apodero de lo democrático, trabaja sobre los medios de comunicación, sobre
las plataformas, sobre las redes, sobre la virtualidad, los mecanismos y las
aplicaciones. Los grandes gurués de lo democrático, no por casualidad son
publicitas, eximios hombres del marketing, especialistas en conexiones
inmediatas y en idas y vueltas, etéreos, como efímeros, que llevan confusamente
el sonido impersonal de una computador en funcionamiento.
La legalidad, es decir la
democracia formal, que aún se sigue sosteniendo por temor a que no exista nada mejor(aquí
se percibe la importancia de Nancy, cuando afirma que el `68 no fue una crítica
a la democracia, que a contrario sensu, o en forma lineal, pidiera por los
totalitarismos, en esa falacia en que muchos caen, de pensar, por ponerlo en
términos individuales, que porque alguien casado en segundas nupcias, al criticar
a su pareja actual, estaría pensando o deseando regresar con la primera) suena
a réquiem, a preludio de algo que no durará mucho más.
Previamente, como reacción,
estertórea quizá, ciertas plazas, es decir distintos distritos occidentales,
elevaron al principio gritos, quejidos, como manifestaciones y expresiones en
reclamo hacia lo democrático. La voz política se transformó en una exigencia
potente, que luego se fue desvaneciendo y que en muchos lugares, devino en
silente. La no participación, la indiferencia, o la resistencia desde la anulación
del logos, también fue parte de la voz política que circunda las plazas que la
democracia libera, para que sean ocupadas. Pero sobre todo, para aquellos que
además de la legalidad, se acendren en la legitimidad política, de escrutar las
voces, de escucharlas, de darles significancia, sentido, finalidad, testimonio,
participación, puedan constituirse en los políticos que la política y la
democracia necesitan.
De lo contrario, sí es que
nuestras plazas, o espacios públicos, no encuentran a estos representantes que
se dispongan a escuchar, compartir, interpretar y comulgar con estas voces (a
las que la democracia les asegura la posibilidad que asistan, sin que sea esto
mismo sea ni mucho más ni mucho menos) estos políticos que auguren la
posibilidad de la posdemocracia , de profundizarla, de redefinirla, de
resignificarla, no faltará quien proponga que como nadie asiste a esos espacios
públicos, y los que lo hacen no encuentran más que mentiras o promesas
incumplibles, no es necesario que salgamos de nuestros hogares, de nuestros
ordenadores (que cada vez más nos ordenarán), garantizándonos para ello que en
un pequeña parcela de tierra, podríamos fundar, o refundar nuestro país,
nuestro Estado-Nación, en donde, cualquier cosa que nos ocurra, hasta las
lógicas e inevitables, será siempre, responsabilidad o culpa, del otro, del
vecino, a quién siempre le encontraremos alguna veta, sobre todo estética, como
par estigmatizarlo.
Este es el debate que nos estamos
dando en Occidente. A esto suena la democracia actual. Veremos, o mejor dicho,
escucharemos, sí las voces serán comprendidas, sí es que nosotros las queremos
decir en tal destino, o sí callamos (que no es solo por lo silente, sino también el callar podría
ser repetir las consignas autómatas, pensadas hegemónicamente por facciones que
no quieren escuchar, siquiera que las plazas sean espacios públicos a llenar)
para que el grito, sea de dolor o de alegría, se confunda con la partida del
alma del cuerpo, de la libertad que el sometido rehúsa a utilizar, perdiendo su
condición de humano, de ser social y de animal político.
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